Sulfitos, en el banquillo

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Sulfitos en el banquillo

Durante los largos periodos de confinamiento impuestos en el mundo para evitar la propagación del COVID-19, el consumo de vinos ha alcanzado cotas superiores a las registradas en época de normalidad.

Según estudios realizados en países de alto consumo, como Estados Unidos, las ventas de vinos en los supermercados han crecido el 54 % frente a las cifras de 2019, mientras que las transacciones digitales lo han hecho en más del 500 %.

En Colombia, el grupo Éxito —el mayor comercializador de vinos— informó hace poco que sus ventas durante el encierro crecieron en un 22 % (entre enero y septiembre) en comparación con al año anterior. Las operaciones en sus canales de comercio electrónico aumentaron el 14 % frente al 7 % del año pasado.

En plata franca, nos gastamos $113.000 millones en vino, representados en 3,8 millones de botellas.

A la par con esta monumental ingesta, han brotado varias dolencias, como dolor de cabeza y alergias. El dedo acusador apunta a los sulfitos, aditivos utilizados en la elaboración de vinos con el propósito de aumentar su vida útil en cavas y estanterías. Sin la presencia de estos conservantes, el vino se deterioraría en corto tiempo, transformándose en vinagre.

Aunque no hay datos, los achaques, de igual manera, pueden derivarse de un consumo excesivo de alcohol o de intolerancia a otros compuestos presentes en las bebidas.

La cantidad de sulfitos presentes en un vino es mínima y, por tanto, no tendría por qué manifestarse en migraña, aunque hay excepciones. En cambio, los asmáticos casi siempre reaccionan de manera negativa a dichos preservantes.

La adición de sulfitos en el vino no supera los 50 miligramos por litro; es decir, 50 partes por millón. En Estados Unidos, mercado bastante estricto en el uso del conservante, el nivel máximo autorizado es de 350 miligramos por litro o 350 partes por millón.

Estados Unidos y Australia son los únicos países que obligan a los bodegueros a imprimir en sus etiquetas la advertencia “contiene sulfitos”.

Se ha establecido que los vinos de baja acidez requieren mayor porcentaje de sulfitos que los de alta acidez. Y los de menor color, como los blancos y los dulces, precisan un mayor porcentaje de sulfitos (100 miligramos por litro).

El uso de sulfitos se extiende a otros alimentos, como frutos secos, mermeladas, gelatinas, encurtidos, papas fritas, carnes curadas, quesos y todos los productos enlatados. Sabemos de sobra que muchos de ellos acompañan regularmente nuestros encuentros con el vino.

Tampoco se debe obviar que el dolor de cabeza puede ser consecuencia de una intolerancia al alcohol, los taninos o las histaminas. Los taninos, por ejemplo, forman parte integral de bebidas como el vino tinto y el té negro, mientras que las histaminas aparecen tanto en tintos como en carnes curadas.

Vale recordar que el cuerpo humano exige hidratarse con agua cuando consumimos alcohol o azúcar. Si no los hacemos, el organismo la saca de otras zonas del cuerpo, como la cabeza. En regiones de alto consumo de vino, como Europa, Argentina o Chile, es regla consumir agua mientras se bebe vino. Muchos de nosotros, en cambio, hacemos caso omiso de ese hábito, porque dizque “el agua nos daña el traguito”. De manera que si los productos mencionados, junto con el vino, son responsables de nuestras migrañas y otros achaques el día después, es mejor evitarlos.

Fuente: elespectador.com Por: Hugo Sabogal

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