De Maltas y ceremonias, por Javier Reynoso

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De Maltas y ceremonias por Javier Reynoso

De Maltas y ceremonias por Javier Reynoso.

Por Javier Reynoso, Reserve Brand Ambassador de Diageo Reserve.

Comentamos en otra ocasión la importancia de un Perfect Serve cuando estamos trabajando con destilados distinguidos. La importancia que le da el cliente a esa copa, por la que está dispuesto a pagar un poco más, pero por la que espera algo especial.

El destilado en cuestión ya es “algo especial” pero él espera más… espera también un servicio especial.

Cuando servimos o bebemos un whisky de malta estamos ante una bebida que ha necesitado de mucho saber hacer, de tradiciones, de paisajes muy especiales, de un clima específico, de mucho cuidado… de años y años de todo esto.

Y como tal, requiere de, por lo menos, algunos minutos de atención.

Bien es cierto que podríamos consumirlo como consumimos muchas otras cosas, perdidos en la vorágine de unos tiempos veloces. Pero vale la pena buscar el lugar y el momento para degustarlo pausadamente. Y es de buen anfitrión ofrecer a nuestros clientes la posibilidad de apreciarlo en toda su magnitud.

Como sabiamente indica David Torres, en su libro Agua de Vida, un whisky de malta escocés entra por los ojos. Los tonos ámbar, profundos, tersos, son distintivos de un gran malta. Y para poder apreciarlo nada mejor que una copa de balón, una copa clásica de cognac, un catavinos, una copa pequeña de jerez…

Podemos sugerir que nuestro cliente prescinda de los vasos de whisky tradicionales, donde no se encontrará a gusto un gran malta. La boca ancha de estos vasos dejan escapar aromas que las copas de boca estrecha retienen dentro.

Los vasos de tubo por supuesto los dejaremos bien lejos de nuestros preciados maltas.

El cristal ha de estar absolutamente limpio para apreciar bien los colores y distinguir la claridad de un Glenkinchie o un Cardhu de la oscuridad caoba de un whisky de las islas como Lagavulin.

El momento para degustarlo importa, así como el lugar, mejor si es íntimo, tranquilo, con música suave.

El ritual podría seguir en el descorche, con el sonido del tapón y luego el ruido del líquido corriendo por el pico de la botella y cayendo a la copa.

Si giramos la copa podemos apreciar los tonos de los que hablábamos, sin agitarla aún podemos apreciar los aromas primarios, los predominantes.

Si movemos la copa suavemente aparecen los aromas secundarios.

Y es tan complejo nuestro malta que aún nos regalará otra fase de aromas si agitamos la copa enérgicamente. Son sus matices más ocultos.

En esta fase de cata olfativa el hielo debe mantenerse al margen. De momento es un asunto íntimo entre olfato y whisky. Cosa de dos.

Con el agua, la cuestión ya se presta a discusión, inclusive entre famosos expertos.

Hay quien la desaconseja absolutamente y hay quien la recomienda.

Es posible que una pequeña porción de agua, mineral por supuesto, (si es proveniente de la propia destilería mejor) ayude a abrir el whisky, nos enseña otras facetas del malta.

De todas maneras, convendría apreciarlo primero en su estado “original” y luego, si queremos, abierto con un poco de agua.

Cuando ya hemos disfrutado con la vista, olfato, boca, garganta y estómago, podemos permitirnos unos cubitos de hielo, que se agregarían a la copa y no al revés.

En boca podremos descubrir sus sabores: suave, seco, meloso, duro, fresco, limpio, rico, redondo…

Y si tenemos paciencia podemos esperar a sentir la largura en boca, la persistencia de sus aromas y sabores.

¿Nos vamos a perder la ocasión de que Cardhu Special Cask Reserve, Lagavulin o Talisker nos sigan contando quienes son y de dónde vienen, minutos después del último sorbo?

¡Salud!

Fuente: todowhisky.es por Todo Whisky

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